Desolación. Pena. Tristeza. Ver que la gente se pierde en solo ilusiones de un náufrago en una isla. Salones vacios como el sentimiento que te da una elección como esta. No hay nadie más. Solo tú y la cola de la ilusión perdida por la tristeza de una votación que solo es para el olvido.
11 am. 5 de junio del 2011, día de la decisión más preocupada que podrá tener cualquier persona que piense vivir toda su vida en el Perú. No es pesimismo, tampoco pena, es pensar en el solo de trompeta que se cruza por la cabeza de todos los que acuden a votar al colegio Santo domingo el Apóstol, en el distrito de san Miguel. Caras de miedo mezclado con pasados tormentosos que no quieren vivir y futuros inciertos que no les da ninguna señal alentadora. Apresurados todos por ir lo más rápido posible y limpiar su mente, despojándose de esa penuria que es tener el poder en un tus manos por 5 segundos. Tu cuerpo se posa en una cuerda floja de un equilibrista de circo, y pide no caer y morir solo en pensar que solo están esos dos rostros que salen en la cartilla menos esperada de la historia. Miembros de mesa que viven el némesis de una cuidad de la furia.
Es la tercera vez que voto, contando la primera vuelta. Siempre me pregunté si de verdad era una fiesta electoral, pero al parecer esto es más bien una resaca de una fiesta que se habrá celebrado en otros tiempos. Velocistas que corren a meta, las mesas de votación, solo para poner lo que ya tienen pensado o no pagar las multas. Fui tranquilo, sabiendo por quien iba a votar, solo me preocupaba la gente que podía haber en la cola como la última vez. En la primera vuelta vi que había un localcito de comidas que ponía música a todo volumen y la gente saliendo de votar iba y le compraba causitas de a sol, menú de 6.50, chicha morada, y dulces limeños, al parecer esta suerte de local al paso pasó al olvido rápidamente casi 2 meses después. Nunca vi abierto ese portón negro, y tampoco nadie se quejaba de que no lo estuviera, estaban mas preocupados en ir a sus casas y ver el flash de las 4 de la tarde que en hacer otra cosa, lo mismo que la señora dueña del local, que muy astuta ella, sabía que no haría dinero, porque este no sería un domingo cualquiera. Este de verdad seria un domingo de resurrección.
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